Diario La Realidad Saharaui/DLRS 21/07/2019
ARTICULO DE OPINIÓN: Manuel Rivas y el Sahara Occidental
El epicentro de la injusticia
"En este sábado un grato despertar con este texto de Manuel Rivas. Hace 22 años que conocí al Premio Nacional de Narrativa en
un viaje que hizo al pueblo saharaui en su exilio de Tinduf, Argelia. Era el
año 1998, yo trabajaba de periodista, recuerdo que me regaló su obra “El Lápiz
del carpintero” una de sus novelas de mayor éxito que disfruté dilatando su
lectura para no terminar de su hilo lírico. Estuvo para conocer y observar
desde la No indiferencia a los saharauis que resisten en su larga lucha y exilio.
Hoy, Manuel otra vez nos hace existir en la prensa española, desafiando el
bloqueo informativo marroquí y sus lobbies en España". Bahia MH Awah.
Manuel Rivas junto al exdiputado del PSOE Carlos Cristobal durante el viaje a los campamentos saharauis en 1998. Foto cedida por Carlos Cristobal |
El periódico El País en su edición del sábado 21/07/2019. El periódico El País en su edición del sábado
21/07/2019. Me llega un interesante recado sobre la ética periodística: “Si una
persona dice que llueve y otra dice que no, tu trabajo como periodista no es
darle la razón a ambas. Es abrir la jodida ventana y ver si está lloviendo”. Lo
agradezco. Pero busco el matiz. La verdad está, muchas veces, en lo que no
puede verse. Hay ventanas que no pueden abrirse. Por ejemplo, hoy día, desde
España, la ventana del Sáhara.
La primera vez que estuve allí, en la diáspora
de Tinduf, me llamaron la atención aquellas construcciones de forma circular,
no demasiado apartadas de las casas. Ruinas del futuro. Corrales de cabras
levantados con chatarra. Los animales se acercaron. Husmeaban ansiosas por los
huecos de la herrumbre. Busqué alrededor. No había nada, ni un troncho de nostalgia
que ofrecerles. Pero las cabras, impacientes, estaban interesadas en algo. Lo
único que yo llevaba conmigo era un periódico doblado bajo el brazo. Por
probar, le ofrecí a la cabra más vanguardista un trozo de prensa. Lo
disputaron. Lo relamían. Al principio, iba despacio, con mala conciencia. Pero
las cabras devoraban las noticias con un entusiasmo que los lectores humanos
habían perdido. Cómo saboreaban los grandes titulares. Y las páginas salmón de
economía. Y la política internacional. Creo que disfrutaron mucho con los
obituarios culturales. Es lo que tiene la cultura, que sabe mejor cuando está
de pompas fúnebres.
Allí se quedó entero el periódico. Recuerdo
aquel festín de las cabras, ahora que el Sáhara Occidental, la tierra ocupada
por el Estado invasor marroquí, y también el territorio liberado en la hamada,
ha desaparecido de los grandes medios informativos. Se lo han comido.
Voy a abrir la ventana a ver si tengo suerte y
puedo contar lo que vi, lo que veo.
Lo primero es el golpe de calor.
Hay días en que el calor deambula como un
asesino y solo puedes vivir mimetizado en sombra. De estar en el infierno,
tendría que ir por una manta para abrigarme.
Tanta literatura de ciencia-ficción, y he aquí
un planeta desconocido en el planeta Tierra. Si ahora mismo aterrizase allí una
nave espacial de la Nasa, los tripulantes lo vivirían como una alucinación,
donde la gente atesora sombra y habla sin parar del mar. Un niño, con el
ingenio del Principito, señala con el índice: “¿El mar? ¡Está ahí al lado,
hombre!”. Nunca lo ha visto, nunca se ha bañado en él. Entre el mar y el
muchacho hay un muro infranqueable de 2.720 kilómetros de longitud. Pero él lo
siente, al mar. Se ríe a carcajadas, y da una voltereta en la arena, jugando
con las olas.
El pequeño planeta se posó en la hamada, que
significa a la vez desierto y vacío. Laboriosamente, hicieron del deslugar un
lugar de lugares. Reprodujeron en lo inhabitable la cartografía de una patria.
El Sáhara del Éxodo, ese planeta republicano de
los campamentos de Tinduf, habitado al menos por 150.000 personas, familias con
ciudadanía española según el censo de 1974, resiste desde hace 45 años.
Resistió la persecución del invasor marroquí, los bombardeos de fósforo. Y
resiste desde 1991, año en que se acordó la paz para la celebración de un
referéndum, auspiciado por las Naciones Unidas, como derecho en el proceso de
descolonización, y saboteado por el reino de Marruecos. Porque el Sáhara es uno
de los escasos lugares no oficialmente descolonizados en el mundo. Oigan, bien,
disculpen, perdonen, no me linchen, el Sáhara continúa siendo, según el derecho
internacional, territorio bajo tutela española. Voy a reprimirme, no quiero
dejar en ridículo a los aguerridos políticos que hablan del peligro “moro”.
Pero ¿por qué no dicen nada de los españoles saharianos condenados a
marchitarse en el epicentro de la injusticia?
Levanto la ventana y lo que veo es que ese
epicentro de la injusticia es un vivero de esperanza. Pese al bloqueo
informativo, esta temporada podemos ver un filme excepcional, Hamada, dirigido
por un emigrante cineasta gallego, Eloy Domínguez, con producción sueca, que
cuenta la vida de jóvenes nacidos en esa cartografía del éxodo, donde se
levantaron escuelas, donde se aprende y estudian los idiomas hasanía y español.
Lo admirable de este filme, el asombro que causa, es el humor. La protagonista
es una muchacha saharaui que quiere aprender a conducir en un lugar donde no se
va a ninguna parte. Y el protagonista, un joven que quiere ser combatiente,
pero que emigra para ayudar a su madre gravemente enferma.
— ¿Qué día es hoy?
—El mismo que ayer.
Es un diálogo que mantiene una pareja de
muchachos saharauis en Hamada. Abro la ventana, decidme: ¿Es hoy el mismo día
que ayer? ¿No hay nadie capaz de mover el calendario?
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