Diario La Realidad Saharaui/DLRS صحفة الواقع الصحراوي
ARTICULO DE OPINIÓN
12 de octubre: Día de la Unidad Nacional Saharaui, de José Antonio Monje presidente del Centro de Estudios Estratégicos Magrebíes, CEEM
Mientras el reino más grande de la península ibérica celebra su fiesta
nacional, un pueblo beduino magrebí, estrechamente ligado a dicho reino (… y
abandonado a su suerte por éste), reafirma su identidad y su vocación de unidad
en medio de una guerra silenciada. Hace 47 años, en el poblado de Ain Ben Tili,
al extremo norte de Mauritania, se llevó a cabo la Convención para la Unidad
Nacional, convocada por el Frente Polisario y que contó con la participación de
importantes personalidades políticas independentistas saharauis, todas ellas
bajo el liderazgo indiscutible de El Uali Mustafa Sayed. Como bien sabemos, en
este espacio fundacional se volvió a expresar el firme compromiso de lucha por
la independencia y la integridad territorial, esbozando un plan político
integral que incluía la constitución de una república con una sólida economía
que garantice el auténtico bienestar de su población y donde el Estado asuma la
responsabilidad directa de distribuir de forma justa las riquezas del país,
propiedad de todos y todas, eliminando las desigualdades y defendiendo los
derechos de todos los colectivos existentes.
La construcción plena de aquella república socialista emergente fue
frustrada ese mismo año por la invasión marroquí de su territorio y la
movilización de los contingentes militares españoles fuera del Sahara
Occidental, iniciándose una guerra desigual que, hasta el día de hoy, en una
segunda edición de confrontación bélica declarada, sigue bloqueando la legitima
aspiración saharaui a su unidad nacional. Muchos y muy variados son los
factores que contribuyen a este persistente bloqueo, pero uno de los más
importantes lo constituye, sin duda alguna, aquel añejo plan expansionista que
busca la constitución y florecimiento del llamado “Gran Marruecos”, proyecto
político irredentista que no sólo vulnera la integridad territorial saharaui,
sino también la argelina, la mauritana e incluso la maliense.
Años atrás, la competencia por la hegemonía política y el liderazgo
geoestratégico regional en el Magreb estuvo protagonizada por dos repúblicas
socialistas, que fueron aliadas y definieron una significativa tendencia en
todo el norte de África. Me refiero a la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular
Socialista y a la República Argelina Democrática y Popular. Derrocado el
Coronel Gadafi y balcanizada la república libia bajo la bandera de la OTAN en
el año 2011, Argelia se ubicó en solitario en esta destacada posición, la misma
que sigue defendiendo persistentemente, a pesar de las permanentes arremetidas
de su(s) vecino(s) de Occidente.
Por esta razón, no debemos cometer el fácil error de ver el conflicto
saharaui-marroquí únicamente como un enfrentamiento territorial entre dos
Estados, pues las razones fundamentales en las que se basa tal conflicto están
directamente relacionadas con la necesidad que tiene hoy un fuerte bloque de
países, entre los que se encuentra evidentemente Marruecos, de impedir la
consolidación del liderazgo argelino en el Magreb.
Sólo como pequeña muestra de esta evidente interrelación, recordemos lo
ocurrido el 11 de abril de este año, precisamente en el mismo poblado de Ain
Ben Tili, donde se reafirmó la unidad nacional saharaui, cuando el ejército
marroquí, con la ayuda de un dron Hermes 450 de fabricación israelí, atacó a
población civil saharaui y argelina que circulaba por la ruta de comercio que
une Tindouf con el sur del Sahara Occidental, ocasionando la muerte de tres
personas y varias heridas.
En este contexto, la conmemoración del Día de la Unidad Nacional Saharaui
nos debe llevar a reflexionar, por un lado, en la impostergable necesidad de
respetar la legalidad internacional y el derecho a la autodeterminación de los
pueblos, acatando las numerosas resoluciones de la Asamblea General de Naciones
Unidas emitidas al respecto y, por otro lado, de contribuir a la inmediata
construcción de un mundo multipolar, en el que las prácticas colonialistas y
las reconstrucciones de imperios sean absolutamente erradicadas.


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